escribe
Carlos Amador Marchant
Comencé
de repente a recordar aquel episodio de quien se extravió en el
desierto al interior de Antofagasta, y cuyos restos encontrados por
algún desconocido que deambulaba en la pampa, fueron nada menos que
43 años después del suceso. Todo esto, desde 1999, momento en que
hallaron las osamentas, siempre me ha dejado un sabor muy amargo, por
decir lo menos.
Este
amargo sabor tiene que ver con la suerte que corrió Julio Riquelme
Ramírez, nombre del desaparecido por más de cuatro décadas y que,
al momento de ser encontrado, conservaba todos sus documentos y otras pertenencias, intactos.
El
longino, es decir, el Longitudinal Norte, era el tren que iniciaba su
travesía desde Iquique, subiendo esa descomunal montaña de la
Cordillera de la Costa hasta internarse por el inclemente desierto de
Atacama, el desierto más desierto del mundo, donde nada vive, donde
el silencio es sólo propiedad del silencio. Este mismo longino que
había comenzado su accionar en la década del 50 del siglo 20,
culmina su tránsito por la pampa en 1975, por decisión de la
dictadura militar chilena.
Desde
el año 1999 se habló mucho de este caso, y también se especuló
bastante. Riquelme Ramírez, el hombre que venía de Chillán a
encontrarse en Iquique con sus hijos y nietos, además de su ex
esposa, de quien se había separado veinte años antes del suceso, se
embarcó desde La Calera en este longino.
Esta
crónica no pretende repetir lo que se investigó en la época, pero
es interesante traer al presente algunos episodios que desembocarían
en el libro del periodista Francisco Mouat, denominado “El
empampado Riquelme”. Convengamos, en todo caso, que lo apasionante
de este hecho es la forma de la desaparición y que no hace otra cosa
que engrosar ese misticismo que nos entregó en sus obras (sobre el
desierto), nuestro Mario Bahamonde, a quien tuve la ocasión de
conocer en 1979, a meses de morir, en Antofagasta.
Los
escritores chilenos Bahamonde, Sabella y Hernán Rivera Letelier, son
quienes más se han empapado con el sabor de la piedra y la tierra, y
toda historia siempre estará en las solapas de los recién
nombrados. Es decir, ellos son el desierto. Tienen timbre.
Veo
a Julio Riquelme Ramírez, caminar por la arena, por la tierra seca,
lo veo chocar con las piedras, lo veo, lo siento, hablar solo, con
las estrellas de esa noche, tal vez la última de su vida, las únicas
estrellas vistas tan cerca en la constelación. Y él está ahí,
pensando en ese encuentro con Iquique, pensando en quienes lo
esperaban en la estación de Iquique.
Mi
pregunta es cómo Riquelme Ramírez pudo haberse bajado del tren sin
poder alcanzarlo. Cabe hacer notar que el longino era un medio de
transporte extremadamente lento. El viaje desde La Calera hasta
Iquique demoraba entre tres a cuatro días. Las especulaciones hablan
de distintas cosas. Por un lado se dijo que el hombre bajó a tomar
un poco de aire, que salió a vomitar, a orinar, que quiso internarse
un poco en el desierto sin percatarse de su alejamiento. También se
dice que el encuentro con los suyos en Iquique le provocó una
especie de tensión que desembocó en depresión, es decir, pudo
haberse lanzado por la ventana del tren en un intento de suicidio,
que cayó de cabeza, que perdió el conocimiento y luego se encontró
con el desierto, el fuego, el infierno. Lo cierto es que sólo él
sabe cómo y por qué murió en tan lamentables circunstancias.
Quien
lo encontró y llevó sus pertenencias al aeropuerto de Antofagasta
en calidad de fantasma dejando éstas en un gran sobre, señaló (en
un papel escrito en inglés) que el cuerpo, que el esqueleto, había
sido encontrado cara al sol: ¿se entregó a la muerte en un acto de
representación y dolor?.
En
la novela
de Hernán Rivera Letelier “Los trenes se van al purgatorio” me
parece ver a este hombre extraviado
dentro del vagón: “La
locomotora avanza humeante, férrea, fragorosa, por el desierto más
triste del mundo. Piedra a piedra, cerro a cerro, quebrada a
quebrada, bufando como una mula sedienta, avanza negra la
locomotora.”
Lo
cierto es que nunca sabremos los motivos por el cual este funcionario
del Banco del Estado y venido
de Chillan apareció muerto, calcinado en el desierto de Atacama.
En
mis diversos reportajes realizados en las zonas de Arica e Iquique en
la década del 90, me tocó en varias oportunidades internarme por el
desierto. Varios de los choferes que me transportaban mostraron
montañas, pequeños montículos con señales demoníacas. Frente a
esas señales cualquier persona entra en pánico y lo único que
desea es salir del sitio. El desierto tiene ese elemento, hay un
acercamiento vivo con los malos espíritus: ¿tienen
que ver los minerales en estas geografías, o son creencias
milenarias?.
Sin
pretender asustar a nadie entro en la reflexión si algo de esto hay
en la misteriosa desaparición de Julio Riquelme Ramírez, quien no
pudo concretar su cometido de reencontrarse con su familia, y quien,
además, tuvo “la fuerza” de pedir ser encontrado en medio de la
nada. Dicen que cuando
levantaron el cuerpo éste se deshizo transformándose en polvo. Pero
todos los documentos con su identificación estaban intactos.
Su
hijo Ernesto Riquelme Chávez, en
entrevista en el año 1999, señaló que su padre en el momento de
morir en el desierto tenía 58 años. Si sumamos a esta cifra los 43
que pasaron hasta ser encontrado, llegamos a la suma de 101 años. Es
decir, a esa edad fue hallado, recién, Julio Riquelme Ramírez.
¿Y
para qué?. ¿Era necesario que se supiera que él no había
desistido de ir a Iquique a reencontrarse
con su familia?. ¿O fue detenido
en su intento de viajar a ese puerto por un
mandato
más allá de lo normal y que ninguno de nosotros podrá descifrar?.
escrito en 30 de octubre de 2016-Valparaíso.-
Excelente. Preguntas sin respuestas que hieren en una historia real, dramática, apasionante pero por sobretodo triste. Un placer leerte Carlos Amador Marchant. Muchas gracias por haberme tomado en cuenta.
ResponderEliminarExcelente crónica, compañero. Fluye y cala hondo la historia.
ResponderEliminarFelicitaciones.
Me pareció muy interesante tu escrito EL HOMBRE QUE FUE ENCONTRADO MUERTO EN EL DESIERTO A LOS 101 AÑOS. Fluído y lleno de una riqueza espectral literaria que solo un poeta puede lograr. Gracias por compartir poeta Marchant. Exitos.
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