jueves, 17 de mayo de 2018

LA PENDENCIA DEL MAR





Carlos Amador Marchant

He revisado una serie de documentos, fotos, vídeos, donde el mar está retratado como tal, es decir, con ese rostro al que pocas veces cantamos. Me refiero a la “imagen de monstruo”, donde su cara bella, simplemente, desaparece.
Desde muy pequeño me enseñaron amor hacia el mar. Entonces estoy, por decirlo de otra manera, impregnado de olores a huiros, a esos peculiares ruidos y sales que saltan por el rostro, de esas, por qué no expresarlo, amanecidas plenas de amor por una vida que se inicia.
Fabriqué en diversos momentos fantasía propia de los soñadores: caminar muy temprano por orillas oceánicas y sentir el agua tocar pies, mientras una música leve, casi romántica, ataviaba el espacio húmedo.
Mis escritos, aquéllos surgidos en los inicios literarios, dan cuenta de un amor al mar, pero a la vez, un respeto sin límites: “Acostumbrado estoy a sentir pánico de la noche marina. ”, diría hace mucho tiempo ya (Galpón de Redes Marinas-1978 ).
Antes de esto, mucho antes, me golpeaban escenas marinas: “era niño de no más de 9 años. Gustaba salir en grupos a orillas de esas negras playas del norte chileno; esas playas repletas de rocas duras, rocas históricas. Por la década del 60 del siglo 20, Iquique, mi ciudad natal, acostumbraba levantar improvisadas construcciones de maderas casi a tres pasos del mar. Comprobado está que la comunidad científica mundial, después del mega terremoto de Valdivia (1960) con 9.5 grados, dio por iniciada la relación entre movimiento telúrico y posterior tsunami. Los nortinos, daba la impresión, no le temían al mar. La pequeña cancha de fútbol denominada “micro-estadio”, por ejemplo, se hallaba separada del océano sólo con unas débiles paredes de tablas. Cuando el mar estaba bravío, saltaban porciones de agua hasta bañar uno de los arcos. Nosotros, luego de mantenernos acalorados tras treinta minutos pateando balones, decidimos acercarnos a orilla oceánica para refrescarnos. Era invierno. El agua no estaba quieta. Junto a los cinco muchachos que me acompañaban ingresamos y sentimos que ésta nos llegó a la altura del cuello. De repente, nos percatamos que comenzaba a retroceder con furia. Tratamos de caminar en sentido contrario, pero su fuerza era feroz y nos llevaba, hacía hundir nuestros pies en la arena. Me afirmé de unas rocas y me olvidé del resto. Cuando, por fin vino una gran ola que nos lanzó a la orilla, me pude percatar que los otros amigos venían detrás mío. Ese fue el día en que jamás me acerqué a esas orillas, y jamás aprendí, por lo demás, a nadar. Este pánico, el trauma que me persiguió de por vida, hizo mirar al monstruo, al gigante, desde lejos, y con mucho respeto”.
Miles y miles de poetas le han cantado al mar. Este fiero asesino, hermoso desde lejos, bello cuando está calmo, es el que más cantos ha recibido. Alfonsina Storni (1892-1938), la poeta suicida, y quien, precisamente eligió este sitio para su acometida, dice: “Mar, yo soñaba ser como tú eres,/ allá en las tardes que la vida mía/ bajo las horas cálidas se abría/...Ah, yo soñaba ser como tú eres. “
Me inclino a pensar que hoy se mira con más precisión su braveza. Esto está relacionado con la infinidad de vídeos que podemos ver respecto a catástrofes, altas mareas, etc. Lo instantáneo, la inmediatez que nos permiten los adelantos tecnológicos, ayudan, por cierto, a percatar “con quien nos estamos metiendo”. Si bien el formato papel, es decir, la historia escrita, da cuenta al paso de centurias, de los cuantiosos naufragios, de la pérdida de hombres, mercancías, tesoros, grandes embarcaciones, lo que observamos ahora, en lo inmediato, mediante filmaciones, es escalofriante.
Agonicé de pánico una tarde cuando miro, estupefacto, a dos ancianos transitar a la orilla de una playa cuyas arenas plácidas y húmedas daban el encanto del día. De repente una ola hace un círculo como feroz lengua y bota a la mujer. Cuando el anciano la va a recoger otra gran ola los caza a ambos y, abrazados, se los lleva con fuerza hacia adentro. La escena fue cruda, patética. El vídeo finaliza ahí. No se sabe qué habrá ocurrido después. En otro material youtube observo un sector rocoso con olas gigantescas. Desafiando al poder marino dos muchachos, parados, frente al oleaje. Mucha gente gritando conminaban a que se alejaran del sitio. Las olas inmensas aparecen y desaparecen, cada vez más cercanas. Los muchachos continúan allí, impertérritos, haciendo lo que la juventud inventa: el fachendeo. Siguen los gritos. Los jóvenes no se mueven. Quieren ser héroes de la estupidez. De pronto una ola gigante entra con furia, como león fuera de su jaula, y traspasa los roqueríos. Todos observan el lugar donde estaban los intrépidos, pero allí nada hay. De un soplo fueron tragados por la ola gigante. Se logra ver a la gente desesperada en un “no saber qué hacer”, pero al paso de cinco minutos aparece un joven subiendo entre las rocas; se bambolea. Mira a la distancia; está magullado en gran parte de su cuerpo. Más tarde rescatan al otro. La experiencia, imagino, les servirá para que, en toda sus vidas, no desafíen al gigante.
Si nos adentramos en el tema de los tsunamis, llenaríamos cientos de páginas. Lo concreto es que, en la actualidad, por lo menos con mayor información, estas temerosas aguas no entrarán de súbito en casas matando a millares de seres. Las alertas, sobre todo para quienes viven a orillas de océano, han entrado fuerte en el cerebro de los mortales.
Sin embargo, sigue surgiendo esta pregunta: ¿quién es este monstruo?. Jorge Luis Borges (1899-1986), el hombre que trataba de indagarlo todo, un día cualquiera se hizo la misma consulta y trató, por consiguiente, de contestarla: “ ¿Quién es el mar, quién soy? Lo sabré el día ulterior que sucede a la agonía”.


Escrito en 17 de mayo de 2018.




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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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