Escribe: Carlos Amador Marchant
“Te
levantas un día con sol fuerte y palpas silencios y no tienes en
mente ninguna escritura.”.
El
abandono golpeó a la puerta un día, y frente a tal situación, no
hubo otra opción que revisar espacios, la vegetación cercana, el
perro mirando con rostro de perro.
Entre
los arbustos muchas hormigas subiendo ramajes. En las rejas, frente
al vecino a quien ni siquiera conozco por su nombre, observo
lagartijas corretear. Tengo la impresión que han proliferado.
Entonces
ocurre que, cuando no tienes en mente ninguna escritura, comienzas a
ver lo que ayer, anteayer, dejaste de observar. Esta escena es muy
parecida a cuando el fumador deja de fumar y empieza, de inmediato, a
percibir olores, aromas, que por largos años había abandonado.
Los
ojos te conducen a ubicar libros que dejaste y duermen tras
estanterías: Couve, Vargas Llosa, Ramón Ribeyro, Hesse, Camus; con
hojas tristemente dobladas en las páginas 8 al 20. Pero al mismo
tiempo te llama el patio de casa, los arbustos que han crecido más
allá de los techos, las hormigas, las telarañas acuñadas a los
maderos. Y de repente, sin que nadie guíe, te hallas frente a una
silla que quisiste arreglar hace meses y que abandonaste justo en el
instante que corrías al computador, a culminar aquella endiablada
novela que debió ser terminada hace dos años.
En
este escenario pleno de contradicciones, que tiene que ver con
estados de ánimo, lo único que logras es enmarañar días tras
ávidas tentaciones por abandonar un buque. Pero alguien dijo que la
vida hay que culminarla por mandato del avatar. Entonces rasguñas tu
mente, tus pestañas, voz, con el fin de ordenar el pasatiempo.
Y
llamas por teléfono a tu hermano mayor e inicias un diálogo
coloquial típico de quienes han pasado el medio siglo. Entonces
personajes que habías dado por muertos reaparecen. Nombres que
ingresaron a la papelera de reciclaje hacen su guiño otra vez. Seres
del año del cuete hablan, gesticulan, caminan de nuevo por calles y
avenidas lejanas Y los diálogos son tan reales que terminas
saboreando algo así como cine antiguo en sofisticada sala.
Por
vez primera logras entender que este abandono que golpeó la puerta
no ha sido más que la mente potenciada por el infinito. Repasas
escritos antiguos, y cortas arbustos abandonados. Recoges los libros
apetecidos. Y finalmente, entiendes que no estás muerto, que los
trenes, buses, goletas, meten bulla como todos los días.
sábado,
24 de marzo de 2018
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