miércoles, 16 de noviembre de 2016

EL GALPÓN DEL MAR, EL GALPÓN DE MUJERES ( a 36 años de la primera edición (1980) de Galpón de Redes Marinas)





Escribe Carlos Amador Marchant


GALPÓN


La primera vez que entré a aquel galpón de redes
me pareció haber penetrado a una goleta varada
sobre las rocas de la costa.
Todo era humedad, el mar ahí dormía
protegido entre bastiones de calaminas.
Un balde de océano lanzado a la tierra era ese galpón.”


Había llegado la edad de los 23 y salían, por los ojos, racimos de complicadas ideas. Estas complicadas ideas se habían transformado en mar, en cientos de mujeres sentadas al lado de montañas, pero montañas de redes. Eran redes húmedas que traían al océano, impregnado. Eran redes manchadas, rotas. Habían sido trasladadas desde muchas millas para ser depositadas en una galería fría. Es decir, era una porción del mar que se instalaba frente a ellas. Miraba a las trabajadoras como quien mira fantasmas tras nebulosas. Aquí había un mundo desconocido por los humanos, aquí estaba la muerte, acechando. Aquellos seres se sentaban a coser y miraban y sentían al océano a sus pies. Las olas se entreveraban con los pasos. Las voces se confundían con el cielo.
Era una casa inmensa alejada del mundo. Era tal vez la casa de las gaviotas, las mismas que volaban sobre nuestros cráneos. Me pregunto si esas mujeres fueron gaviotas, o si me había transformado en ave marina sin darme cuenta.
Las paredes de ese galón eran de calaminas oxidadas. Y estaba instalado casi a orilla de playa, casi como al medio entre océano y desierto. Al paso del tiempo me pregunto cómo ese mar del norte chileno no saltó de repente tragándose aquella inmensa construcción.
Más de cien obreras laboraban el cosido de redes. Sólo tres hombres caminaban en medio de la belleza femenina. Porque la belleza está con más furia en el desorden estético, en la suciedad de harapos, en el hedor de la naturaleza. Y estas mujeres eran todo eso. Traían puesto sobre la mente el traje natural de la vida, y lo paseaban sin timidez entre soledad y bravura.
He caminado guardando casi eterno este espacio crudo. Fue en 1978 cuando me atreví a ingresar a los húmedos rincones de una pesquera en faena. Sin tener experiencia en el uso de cuchillos cuyos filos atemorizaban a cualquiera, tomé en mis manos aquellas herramientas destinadas al corte de cabos.
Los fantasmas humanos que se pasean por orillas de mar pertenecen a aquéllos que estuvieron en esos galpones, en esos sitios tragados por el mar al paso de décadas. He sentido voces por allí, voces que relacioné con naufragios, pero que no son más que señales de quienes sudaron entre el silencio marino, entre el silencio de ratas y fierros arrinconados.
Al momento de escribir esta nota han pasado 36 años años de aquel encuentro con el mar, y sin embargo, sigo sintiendo olor a pescados descompuestos, ese penetrante olor a huiros, ese penetrante olor a mar. Y hay también otros olores que me han perseguido en el tiempo; éstos tienen que ver con la ropa de mujeres, los perfumes baratos de sus bolsos, el aliento salvaje, silvestre, cuando dialogaban.
Este había sido el mundo que descubrí. Y no sé si ellas me llamaron para introducir aquel espacio dentro de la vida de ciudades. Porque parece que fue todo sincronizado para dar cierta eternidad a seres que se desplazan por el planeta sin ser vistos, sin ser escuchados. En torno a esto mismo me pregunté un día qué eternidad podría darle a las marineras si también dejaré la tierra para transformarme en polvo. Y la respuesta no se hizo esperar en un largo sueño a las cuatro de la mañana, donde ellas caminaban por sobre mi esqueleto en una danza confundida con fuegos, mares, tierras.
Este sueño, como presagio, ha sido el culpable de que cada cierto tiempo siempre vuelvan estas mujeres a tocarme, a mirarme. Ellas hablan el vocablo de la arena. También hablan el vocablo de las latas con su óxido y de millones de peces transformados en pescados.
En la vida del hombre no todo lo caminado se archiva en la mente. Pero este galpón de redes y su mar han quedado eternos. No se trata de conservar un pasado inexistente, más bien es el pasado el que siempre está vivo y se rearma en las mismas orillas donde deambulan fantasmas.
El misterio del mar con sus goletas es el misterio más intenso depositado sobre el mundo. El mar es más misterioso que un cementerio nocturno. Nunca he sentido más cerca la eternidad que sentado sobre rocas marinas en medio de la noche. El ruido del mar tiene calidad de lamentos confundidos con gritos humanos. Por eso la eternidad de estas mujeres marinas. Por eso la eternidad de este Galpón de Redes .




16 de noviembre de 2016, en Valparaíso.-

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"El mundo que hicimos, el mundo que queda por hacer, no tienen el mismo valor o significado. Se hilvanan distintos ojos. Pero la vida es una sola, conocida o no, y la acción de amarnos con chip reales, tendrá que ser prioridad de los nuevos tiempos."

Carlos Amador Marchant.-

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Aunque radico en Valparaíso desde 1995, siempre recuerdo este muelle de Iquique, el muelle de mi niñez.

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